Ilustración del autor del artículo
LA POESÍA DE
RODOLFO SÁNCHEZ ARAUZ
Por Ricardo Llopesa
Después
de leer el libro “Poemas del breve paso“, de Rodolfo Sánchez Arauz (Masaya,
1937), se vino de pronto a mi recuerdo el lenguaje torrencial de los poetas
franceses del verso libre y las lluvias también torrenciales de Nicaragua, por
aquello de que la fertilidad nace de la luz. De ahí deduje que el título
responde a ese paso breve de nuestra vida y la geografía que nos rodea como
seres terrenales. Y que el poeta explica valiéndose de la palabra que dibuja
esa realidad. En realidad, toda la literatura en lengua castellana está marcada
por el realismo que heredamos de Quijote.
Si
observamos el lenguaje utilizado por Sánchez Arauz está lleno de luz, la luz y
el color se refleja sobre las cosas y el paisaje nicaragüense: El "prusia
azul"; el "sonido oloroso"; los "corimbos"; andar
"entre jocotales"; "estremecimiento de robles"; "suelo
pedregozo"; flores "blancolilarosa"; "rosalila
azulada"; "luz de robles"; "lilarosaluz";
"tortugas verdes y doradas tilapias"; "el canto de triunfo de la
urraca". Neologismos, galicismos, saltos, palabras unidas, fragmentadas,
pero de una variada simbología. En fin, un almanaque descriptivo de la belleza
de lo natural y real.
Es
su primer libro. Rodolfo viene de la saga de los Ernesto Mejía Sánchez. Su
hermano Noel es poeta. Lo lleva en la sangre. Julio Valle Castillo escribió un
"Prólogo" con mucha enjundia sobre Masaya y sus poetas, hasta llegar
a los Sánchez Arauz.
“Poemas
del breve paso” (Managua, 2012) se divide en tres partes, de estructura
piramidal, la primera "Paso breve" contiene 18 poemas. La segunda son
"Tres elegías para Álvaro Urtecho", y la última, un único poema
dedicado a su abuelo "Don Gabriel Sánchez de la Cerda (1865-1957)".
La
primera, es un homenaje a la vida; la esposa, Yelba Calvo, recitadora
exquisita; la belleza de la naturaleza, usos y costumbres de nuestro breve
existencia. Es también un homenaje a la tierra donde nació, y la que vivió, la
Argentina.
A
la esposa le dice: "Yo quiero, amada (...) que cuando sean las seis de la
mañana / las horas y nosotros seamos con profusas celestiales hebras / una sola
madeja por nuestras mieles enlazada" ("Para atrapar las horas").
Magnífico, Rodolfo. La descripción a lo largo del libro es minuciosa. A veces,
microscópica. Vemos la puntada, el trazo, el brillo, los huecos: "Después
de la lluvia la roca abrió sus / aposentos limpios, pedazos de sol, cuartos de
luna, cruces, caras sin cejas" ("Intimidad de una roca").
¿Quién
no recuerda al poeta Álvaro Urtecho? Fue el primero en morir de un trío de
amigos estudiantes en Barcelona, a principio de los setenta. Hace poco
enterramos en Valencia al poeta José Luis Parra, quién me recordó meses antes
de morir que Álvaro le había quitado la novia al también poeta Francisco Seguí:
“una norteamericana llamada Mary Guswold“, dijo. A él le dedica Rodolfo tres
elegías, en una: "Están dos copas, una de vidrio con vino rojo y otra
vacía".
Concluye
el libro con una mirada al pasado. Es el regreso del poeta a los orígenes, el
abuelo, el fundador de la familia, "Don Gabriel Sánchez de la Cerda
(1865-1957)": "Amado padre de mi padre amado, aun te veo, / cenceño,
de buena estatura, de brazos nervudos y largos". Fue quien construyó el
Mercado de Masaya, que más que mercado parece fortaleza.
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