Alejandra
Salvador dibuja a María Ángeles Chavarría
COPIA A DOS BESOS
Por María Ángeles Chavarría
Aquella
primera vez encontré en clase una mezcla algo descompensada por el frío, el
rencor y el desconcierto. Algunos, agresivos; otros, con la mirada en un lugar
ausente.
Lo
único que leí en los rostros fueron algunos trazos de ilusión dormida. Impartía
Medio Ambiente en la Universidad, pero aquella última clase sólo era para mí una
pecera con tortugas metidas en su caparazón.
Mi
programa de estudios era ambicioso. La reforestación, el reciclaje, algo que
rebasase esas cuatro paredes que todos conocemos y muchos ocupan por razones de
examen.
Pero
mi plan bombeaba sólo en mi corazón, a pesar de mi esfuerzo; a pesar de
informarme cada día de cada avance nuevo; a pesar de la entrega o el
convencimiento. Mi plan y la desidia colectiva no se llevaban bien.
El
caso es que a esos jóvenes yo los imaginaba algo resueltos y con un poco de espíritu
en sus huesos. No podía creer que estuviese perdido todo el reto por esa
repetición de secuencias que nadie, ni yo misma, se había molestado en alterar.
Decidí
el desconcierto para ver si aún podía despertarles.
Entonces,
les pedí un trabajo especial sobre un tema elegido.
Nadie
me preguntó sobre el enfoque, ni siquiera sugirieron cuestiones de interés o de
fondo. Solo el tipo de letra, el tamaño o el número de páginas. Cuanto menos,
mejor. La ley del menor esfuerzo.
Fue
cuando les planté un dilema, lo que ellos pedían, lo que nunca faltaba. Una
forma con fondo que reunía el respeto, la originalidad, la intención de buscar
la bondad en los seres y las cosas cercanas. Algo que, pese a ser lo único,
consiguió levantar sus rostros para mirar el mío. Conseguí revelarles que había
llegado el momento de arriesgarse y sentir.
¾No importa
la extensión ¾expliqué misteriosa¾, lo que
importa es hacer como por vez primera las copias a dos besos.
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