Fotografía: Alexis Gómez Rosa
Paraíso interior
Estas palabras pretenden (pretendieron)
ser una carta.
Las concebí y almacené y ahora
las asumo como labios, dentadura, como
lengua vacía.
Una carta cuyo lenguaje
se articula aproximando música y saudades;
testimonios, fugas y desnudeces
de tu ilusión mejor.
Una carta sin fecha porque nació
fuera del tiempo,
en la edad de la palabra
que ilumina el asombro de ver en la Osa
Mayor, un archipiélago donde fundar
nuestro animal deseo:
la carne atada
en los disturbios del mundo.
Lancero de mi batalla interior,
más bien pienso que te voy a escribir
y en su lugar se construyen nichos, cárceles,
laberintos,
o escaleras que remiten
al noveno círculo del infierno,
que acerca sus muñecas violadas,
su perfume podrido.
Si escribiera con palabras,
con lúcidas y sentidas palabras,
una cascada de sonidos multicolores
me inundaría como si fueran peces,
como si fuera espuma,
como si fueran nubes
capitaneadas por un recóndito fulgor.
Escribo con el cuerpo allá el ojo
que va y viene,
unísono en el latir
que corresponde a tu ausencia viscosa,
nido de hormigas,
escribo con los días
y la sal de mi condena.
Extranjero ante tu relieve volcánico,
inmarcesible, en ti soy la idea fija
de tus pulsaciones,
el corazón de la hora
porvenir,
babeando una erección
de porcelana.
Estas palabras que pretendieron
ser una carta,
las guardé para desatar
tu geometría, decorar la noche
de tu cuerpo;
las guardé paraíso ultramarino
para reducirme a ese cuello de ámbar,
arrimado a un temblor.
Paraíso interior
Estas palabras pretenden (pretendieron)
ser una carta.
Las concebí y almacené y ahora
las asumo como labios, dentadura, como
lengua vacía.
Una carta cuyo lenguaje
se articula aproximando música y saudades;
testimonios, fugas y desnudeces
de tu ilusión mejor.
Una carta sin fecha porque nació
fuera del tiempo,
en la edad de la palabra
que ilumina el asombro de ver en la Osa
Mayor, un archipiélago donde fundar
nuestro animal deseo:
la carne atada
en los disturbios del mundo.
Lancero de mi batalla interior,
más bien pienso que te voy a escribir
y en su lugar se construyen nichos, cárceles,
laberintos,
o escaleras que remiten
al noveno círculo del infierno,
que acerca sus muñecas violadas,
su perfume podrido.
Si escribiera con palabras,
con lúcidas y sentidas palabras,
una cascada de sonidos multicolores
me inundaría como si fueran peces,
como si fuera espuma,
como si fueran nubes
capitaneadas por un recóndito fulgor.
Escribo con el cuerpo allá el ojo
que va y viene,
unísono en el latir
que corresponde a tu ausencia viscosa,
nido de hormigas,
escribo con los días
y la sal de mi condena.
Extranjero ante tu relieve volcánico,
inmarcesible, en ti soy la idea fija
de tus pulsaciones,
el corazón de la hora
porvenir,
babeando una erección
de porcelana.
Estas palabras que pretendieron
ser una carta,
las guardé para desatar
tu geometría, decorar la noche
de tu cuerpo;
las guardé paraíso ultramarino
para reducirme a ese cuello de ámbar,
arrimado a un temblor.
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