viernes, 1 de julio de 2011

En una soledad ruidosa y oportuna


María Eugenia Caseiro





En una soledad ruidosa y oportuna




“La única manera eficaz de iniciarse
consiste en unirse a la procesión de iniciados
y ponerse el ropaje de los muertos”
Thomas Moore




Ella ingiere lentamente el despertar
y abraza su bandera para no perderse,
clama por un brote de conformidad,
pero se agita en el deseo de encontrarse
en una soledad ruidosa y oportuna
pendiente de una reflexión.
Toma prestado un trozo de otro dios
y va pesadamente, a gatas arrastrándolo,
aunque la ruta se arme de recodos con una rapidez pasmosa.
Quiere mentir la despedida que reclama un margen,
tal vez un par de alas para aullar el vuelo,
cuando de pronto una sirena le devuelve a la ciudad.
Su voz se arruga en la primera inflexión
que advierte desde el oído del padecimiento.
El carillón del gallo asola irremediablemente
y el capitel de anafes donde bufan las heces del café,
ahora una señal descolorida,
es un recuerdo que bate sus alas con rumor inarmónico.
El torcimiento de la música allá en su propio dios,
hincha las jorobas florecidas de la eternidad
en que inmortal un nuevo grito borra
las campanas melancólicas con su viejas roturas
y la pestaña que deja el tiempo atrás
y vive únicamente en la distancia,
acaricia de lejos la obertura del bostezo inexistente
con las notas que auscultan lo vivido.
Comprende que ya es tarde para huir y siente el frío,
luego se consterna cuando crece
la otra orilla con su timbre en deterioro invulnerable
y grita, grita roncamente el grito de la voz arrugada
que es tan igual al propio, tan su grito
que expulsa al dios ajeno de su vientre
para engendrar de nuevo el suyo,
el único que plancha las arrugas de los gritos.


María Eugenia Caseiro
junio 13 -2011

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