miércoles, 22 de junio de 2016

El universo irresistible de Ninfa Santos

Lic. Miguel Fajardo Korea





Centenario de natalicio

El universo irresistible de Ninfa Santos



Lic. Miguel Fajardo Korea
Premio Nacional de Promoción y Difusión Cultural de Costa Rica
minalusa-dra56@hotmail.com





(I parte)
            Estamos conmemorando el centenario del natalicio de la poetisa costarricense Ninfa Santos (1916-1990), quien murió en México, país que le editó su único libro “Amor quiere que muera” (1949), con 10 dibujos de Santos Balmori. Por su parte, Alejandro Finisterre publica la segunda edición mexicana (1985), con un dibujo en la portada de su nieta Paloma Díaz Abreu.
            Ninfa Santos edita su único poemario en 1949, a los 33 años de edad, pero 67 años después, el libro es prácticamente desconocido en Costa Rica. El título de su poemario es un intertexto de Garcilaso, con función de epígrafe: “Amor quiere que muera sin reparo”. La edición fue patrocinada por la revista América, de México, con una tirada de 500 ejemplares numerados. Contiene 407 versos.
            Ninfa Santos tuvo una vida accidentada, producto de una infancia difícil, debido a la ausencia de la figura materna desde los tres años, en virtud de lo cual, su padre delegó esa responsabilidad en la tía Ninfa, su inflexible hermana. Ninfa Santos vivió su infancia en Liberia, en la hacienda La América. También residió en San José.
            Su periplo de vida incluye México, Estados Unidos e Italia. Además, visitó Rusia. Sin duda, una vida muy agitada, en años igualmente convulsos. En México, Ninfa Santos se hospedó en casa de su tía Lupe, pero abandona ese espacio debido a las fuertes restricciones de su tía.  

            Debió permanecer encamada durante largos periodos. Aparte de esas aflicciones y castigos, el destino se ensañó contra ella. Poco a poco, se vio afectada por la artritis, e hinchada por los efectos de la cortisona. La artritis deterioró su imagen e identidad corporales, y le restringió su capacidad de movimiento.
             Para la escritora francesa Fabienne Bradu (1954): “El signo dominante de su infancia fue la horizontalidad”. Bradu, en su libro “Damas de corazón” (México: FCE, 1996) dedica a Ninfa Santos 67 páginas (170-228).  Es, sin duda, uno de los ensayos más lúcidos para entender el irresistible universo humano y poético de la autora costarricense, de larga estancia en México.
            El caso de Ninfa Santos se asemeja al de Eunice Odio (1919-1974). Recuérdese, en esa misma línea, que el libro premiado de estreno de Eunice Los elementos terrestres (Guatemala, 1948), no se editó en nuestro país, sino hasta en 1984, es decir, 36 años después.
            Uno se pregunta, con increíble asombro, la tardanza costarricense en publicar dichos libros.  En el caso de Ninfa Santos, la Editorial EUNED (2013), publica su pequeño libro, 64 años después, con prólogo de Mía Gallegos. Sin embargo, dicha edición, solo incluye 12 de los 19 textos.
            La poesía es un margen de vida. Una perspectiva de identidad para crecer. Un arma de palabras que retoma el viento para marcar destinos presentidos, pero intransitados. Por ello, la poesía es un manifiesto del decir, desde los diversos frentes vitales del factor humanidad. Es de este mundo, pero alcanza otros estadios, para fundar una manera de ser.

            Desde esa coyuntura, el nombre y la obra poética de Ninfa Santos, no debería ser ajeno ni desconocido, aunque sí lo extrañamos, con mayor peso,  en el cuerpo bibliográfico de la literatura costarricense. Su nombre sonoro es uno de los que ha sufrido extrañas exclusiones, quizá por el desconocimiento de su obra, por su independencia paradigmática o por la mezquindad cultural del medio.  Costa Rica cuenta con notables legionarias de las letras: Carmen Lyra, Yolanda Oreamuno, Eunice Odio, Ninfa Santos, Victoria Urbano, Rima Vallbona…
            En esa zona de recuperación, destaco a la revista costarricense Hoja en blanco (Núm. 2, año 2, agosto 2004. 7-47 pp.) Tanto su consejo editorial, como su director, Álvaro Mata Guillé, reivindican y recuperan, con propiedad, el nombre y la obra de Ninfa Santos, para inscribirla dentro de la poesía costarricense, en páginas integrales, de honda intensidad, de afirmaciones y rotundidades, para abrir el claroscuro de su caso artístico.
             Álvaro Mata Guillé, Antidio Cabal, Fabienne Bradu, la inclusión de cinco poemas de Ninfa  y cuatro fotografías de ella, llaman  la atención, para revisar su nombre, marginalmente inscrito en la casa histórica de la poesía costarricense, desde el siglo anterior.

            Con la visión que caracterizó al Maestro Joaquín García Monge (1881-1958),  publicó a Ninfa Santos en Repertorio americano (Vol. 48, Núm. 4, marzo de 1953, p. 57), la revista costarricense de mayor alcance continental (1919-1958).
            Igualmente, el chileno Alberto Baeza Flores (1914-1998) expresa en su ensayo antológico “Evolución de la poesía costarricense (1574-1977)”, refiriéndose a Ninfa Santos y sus poemas en Repertorio Americano:Y esta sola página es la que fundamenta, y alimenta, en Costa Rica el nombre de Ninfa Santos (…) Los poemas de Ninfa Santos son breves, rítmicos, frágiles, casi a punto de deshacerse, de quebrarse, como si fueran un delgado hilo conductor. Pero este filamento está cargado de emoción y de eficacia. Y transmite eso no siempre fácil: la poesía” (1978, p. 177).

            Pocas son las antologías costarricenses que han incluido a Ninfa Santos, a saber: Manuel Segura Méndez, en “La poesía en Costa Rica” (1963); Carlos Rafael Duverrán, en “Poesía contemporánea de Costa Rica” (1973);  Alfonso Chase,  en  “El amor en la poesía costarricense” (2000).
            En julio de 1984, con motivo del Segundo Simposio “Evaluación de la literatura femenina de Latinoamérica en el Siglo XX”, edité el suplemento Presencia femenina en la literatura costarricense del siglo XX, en el número de cierre de la revista Hojas de Guanacaste (1982-1984), nº 12, con un tiraje de 1.000 ejemplares. Ninfa Santos aparece con dos poemas. Era mi primer acercamiento con su poesía y con su sobresaliente caso artístico, que seguimos con mucho interés.

            El 15 de abril del 2005, la revista Hoja en Blanco y el Centro Literario de Guanacaste (fundado en 1974), le rendimos uno de los pocos  homenajes públicos costarricenses que se  han ofrecido a la obra poética de Ninfa Santos, en el norte geográfico de Costa Rica. Con la presencia del  Álvaro Mata Guillé,  Víctor Alvarado Dávila,  Marco Tulio Gardela y quien escribe, se logró cautivar a un ávido auditorio, deseoso de conocer la voz poética de Ninfa Santos.

            Ninfa Santos casó con el escritor mexicano Ermilo Abreu Gómez (1894-1971), con quien mantuvo una relación durante 20 años, y con quien procreó a su hija Juana Inés (1939). Se divorcia de él, cuando la descalificó de sus responsabilidades maternas. Su hija Juana Inés casó con Bernardo Díaz, bisnieto de Porfirio Díaz, y ella guardó el secreto de los jóvenes, lo que enojó a su esposo. De esa boda, nacieron sus nietas Paloma y Marisa.
            Su matrimonio con Abreu Gómez y su ámbito laboral le permitieron cultivar amistades literarias de prestigio, tales como Octavio PazAugusto MonterrosoAlfonso ReyesErnesto CardenalErnesto Mejía SánchezRosario CastellanosJuan RulfoRafael Alberti y su esposa María Teresa León, Juan Ramón JiménezJuan RejanoRamón GayaJuan Gil-AlbertEmilio CarballidoAlice Rahon, Ricardo GaribayTomás Segovia, Michèle Albán, Jorge RigolSalomón de la SelvaXavier VillaurrutiaRodolfo UsigliEfrén HernándezMargarita MichelenaAgustín LazoMarco Antonio MillánJuan de la Cabada o María Asúnsolo, entre un brillante ertcétera.

            La autora costarricense trabajó como Auxiliar en la delegación de México ante la OEA (1953). Allí inició su carrera diplomática. En 1958 es ascendida a Vicecónsul. En 1963 viaja a Nueva York.  En 1967 llegó a Roma, Italia, donde vivió durante trece años.  Regresa a México, donde fallece, el 26 de julio de 1990, hace 26 años.
            El viaje a los Estados Unidos de Norteamérica, le genera expectativas y un entrañable acento nostálgico por cuanto debía dejar México: “Ahora me iré a una ciudad lejana / de hombres extraños que hablan extraña lengua, / hombres indiferentes cuyo dolor ignoraré / así como ellos ignorarán este largo sollozo / que camina, sonríe, se detiene, pasa”.

            En el mismo texto, se advierte su aflicción por la soledad, a la que prevé enfrentarse: “Habrá también mi soledad tremenda (…) pero mi soledad será como esos perros / que crecen a puntapiés (…) Será la soledad de los ataúdes sin muertos”.
            Según la brillante escritora francesa Fabienne Bradu: “Ninfa no tuvo conciencia de su propio y secreto heroísmo, que consistió en resistir, hasta el último día de su vida, al desamor, a la amargura, a la resignación, a la falta de asombro y de esperanza” (Bradu, 2004: 39).
            El  poeta y  crítico español, Antidio Cabal (1925-2012) aduce: “El mundo de Ninfa Santos desemboca en el metamundo de Ninfa Santos: el castigado tránsito de su carne a través del mundo fracturado por el fenómeno del amor (huesos, “ciego muro infinito ciego pozo de espanto”, musgo, sierpes, veneno, frío, maculación, “huracán frenético”, odio, hiedra, losa, lava, ceniza, angostura, “intacto sepulcro”: “Tal es mi juventud y junto a ella, detrás de esta miseria, tu fantasma”) se desvanece, se  volatiliza  ante  la  semilla  trascendente  e  inmanente  del  yo (…) Ese  yo  o  esa esencia  o  esa  verdad / identidad se llama Anacostia: en el silencio / me está llamando / una voz. Es la Ninfa de dentro llamando a la Ninfa de fuera” (Cabal, 2004: 16-17).

            La Asociación Costarricense de Escritoras de Costa Rica,  rinde homenaje a Ninfa Santos en el  centenario  de  su  natalicio, al dedicarle el III Encuentro sobre literatura de mujeres en Costa Rica (2016). De mi parte,  he incluido mi ponencia “Otra lectura a ‘Amor quiere que muera’, de Ninfa Santos”, en  el  suplemento cultural “Caminos culturales del Norte G.” (Periódico Anexión. N. 271,  año 25, 2016: p. 4).  Asimismo, un epígrafe de Ninfa Santos acompaña la segunda edición de mi libro antológico “Nadie es dueño” (2016).
            Ninfa Santos reclama un espacio en las letras de su patria natal. Parece mentira que, 64 años después de publicarse en México (1949) su único y pequeño poemario “Amor quiere que muera”, Costa Rica no lo haya editado, sino hasta el 2013 (Euned), lo que ha incidido, sin duda,  en la poca difusión de su obra, así como en el conocimiento marginal  de su preciso universo poético irresistible. 

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