Fotografía: Pablo Menacho
Tempestades y silencios
4.
Nosotros,
que renombramos el mundo
al contemplar las señales
de las olas en los mares,
en las encrespaduras
que dibuja el viento
hacia el poniente,
que zarpamos sin relojes
que separen la distancia
entre las borrascas y el olvido,
que establecimos nuestra casa
al borde de un abismo
que contempla las vastedades
como un faro dispuesto
a dar la bienvenida
a los navíos extraviados.
Nosotros,
que nos miramos con sorpresa
si nos arrasa una pasión
que siempre llega apresurada,
estamos exhaustos ya
de contar los latidos
del planeta,
cansado de girar
hacia el oriente
con el eje dislocado.
Nuestra carne se ha incendiado
con los soles
de una extraña rebelión.
Tempestades y silencios
4.
Nosotros,
que renombramos el mundo
al contemplar las señales
de las olas en los mares,
en las encrespaduras
que dibuja el viento
hacia el poniente,
que zarpamos sin relojes
que separen la distancia
entre las borrascas y el olvido,
que establecimos nuestra casa
al borde de un abismo
que contempla las vastedades
como un faro dispuesto
a dar la bienvenida
a los navíos extraviados.
Nosotros,
que nos miramos con sorpresa
si nos arrasa una pasión
que siempre llega apresurada,
estamos exhaustos ya
de contar los latidos
del planeta,
cansado de girar
hacia el oriente
con el eje dislocado.
Nuestra carne se ha incendiado
con los soles
de una extraña rebelión.
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