Fotografía: Dolors Arberola
Las bodas
Las bodas
Derretía la tarde sus fronteras de luz
y estaba el mar hirviéndose
en una lontananza de silencios y pájaros.
Me cubrías el rostro con los besos
y me decías:
-Esa tremolante ladera sobre el mar
es solamente sombra,
pero también camino hacia el ocaso.
Cruzóse ante mis ojos
la irisada gaviota de la vida,
como señal de muerte en otro invierno
de colinas de luz, argénteas, planas.
El dibujado grito de un albatros
gemido de distancia, el hilo breve
de ese terrible amor que me curtía
tras aullidos de sal y de quererte.
Rompió el mar todas sus olas en silencio,
calmó todas las horas de sus playas,
renunció a sus corales y de azul
se vistió para hablarnos.
Yo me encendí de ti.
Me hice primavera entre tus labios.
Me sometí a tu estirpe y te hice vino
-allá donde tu agua se vertiera
para darme a beber-. Te di mis pechos
que manaran la hiel más dulce, el blanco
deseo de la cal
y su alba lujuria detenida.
Y te grité:
-Sí quiero.
Y nuestra sombra
recubrió la tersura de esa playa,
la roca derretida en ese acantilado donde peces
portaban los anillos y las arras.
Y, si fui tu mujer aquella tarde,
la noche me cediera todo un cuerpo
de oscuridad y frío y de angostura,
templándose en el mío. Para siempre.
Y el mejor de los frutos de sus uvas.
Ver más en: www.artepoetica.net
y estaba el mar hirviéndose
en una lontananza de silencios y pájaros.
Me cubrías el rostro con los besos
y me decías:
-Esa tremolante ladera sobre el mar
es solamente sombra,
pero también camino hacia el ocaso.
Cruzóse ante mis ojos
la irisada gaviota de la vida,
como señal de muerte en otro invierno
de colinas de luz, argénteas, planas.
El dibujado grito de un albatros
gemido de distancia, el hilo breve
de ese terrible amor que me curtía
tras aullidos de sal y de quererte.
Rompió el mar todas sus olas en silencio,
calmó todas las horas de sus playas,
renunció a sus corales y de azul
se vistió para hablarnos.
Yo me encendí de ti.
Me hice primavera entre tus labios.
Me sometí a tu estirpe y te hice vino
-allá donde tu agua se vertiera
para darme a beber-. Te di mis pechos
que manaran la hiel más dulce, el blanco
deseo de la cal
y su alba lujuria detenida.
Y te grité:
-Sí quiero.
Y nuestra sombra
recubrió la tersura de esa playa,
la roca derretida en ese acantilado donde peces
portaban los anillos y las arras.
Y, si fui tu mujer aquella tarde,
la noche me cediera todo un cuerpo
de oscuridad y frío y de angostura,
templándose en el mío. Para siempre.
Y el mejor de los frutos de sus uvas.
Ver más en: www.artepoetica.net
Gracias, André, por contar con mi poema. Saludos
ResponderEliminarDolors, encontré este blog y tu poema y lo he disfrutado. Gracias por la publicación. Muy bueno!
ResponderEliminarGracias por dejar su comentario para la poeta.
ResponderEliminarAndré Cruchaga,
Coordinador del blog