En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



miércoles, 27 de agosto de 2014

FUENTERROBLES





CUENTO

FUENTERROBLES

                                                                                                         
A Amparo y Héctor.



Ricardo Llopesa




El viejo juez respira hondo sentado en su silla de rueda bajo la sombra de un árbol. Los altavoces del cine Tíboli comienzan a sonar “España Cañí” y “Dos gardenias”, de Machín. Es día sábado, día de fiesta. Son las ocho de la noche y la gente se arremolina frente a las tres puertas del cine. Los viejos se pasean. Los niños corretean. Una mujer vende maní. En la ventana de los Esuperios se asoman dos cabezas, a través de los cristales sucios. Se estrena “La violetera”.
            El ruido asalta la paciencia de las ovejas y berrean en el establo. Los estorninos vuelan de un lado a otro del cielo azul confundidos por el eco de los altavoces. La gente mira a la pared, de donde sale la música, en busca de las trompetas de la “España cañí”. Miran el mismo frontal, rematado en escalera que asciende por ambos lados, hasta juntarse en el centro. El viejo juez se remueve en su silla de ruedas. Debajo del capitel hay tres flechas que indican el futuro y el pasado, a derecha e izquiera. Sólo la del centro indica la ascención al cielo. El viejo juez saca su pañuelo. Una franja con círculos en relieve señala el punto que separa la planta baja del primer piso del palco.
            A pocos pasos está la plaza como una enorme puerta abierta. En el centro hay una fuente triste con cinco farolas, y más allá, en la esquina, la casa del Tío Jacinto, con su enorme barra de madera, donde se despacha vino y habas picantes, cuando las hay. Por encima de la barra saltan a los ojos una ristra de ajos secos y un manojo de chiles verdes.
            En verano llega la orquesta. Rodeando la plaza se colocan silletas para las damas. El viejo juez suspira. Los hombres merodean. El pasodoble empuja la adrenalina y dispara a los más jóvenes a ir detrás de las chicas, solicitando el baile con el brazo extendido. Cuando suenan los boleros, ellas encogen el codo, vigiladas por las madres, para evitar el roce. De la farola central salen serpientes de cuerdas con banderitas de España.
            La música se pierde en el cielo oscuro que cae sobre las viñas negras y el trigo. Todos bailan. Las niñas se agitan, pero los niños parecen palos secos. Las viejas mueven las caderas, mientras dibujan piruetas con la boca, como queriendo dar el paso olvidado. Al día siguiente, la realidad regresa a Fuenterrobles. 

martes, 19 de agosto de 2014

Poe-Mario de Mario Cajina-Vega

Mario Cajina-Reina




Poe-Mario
de Mario Cajina-Vega



Ricardo Llopesa



Todo libro de Mario Cajina-Vega (1929-1995) es una novedad, motivo de celebración, aunque de antemano sepamos que lo hemos leído en algún momento del pasado. La escritura de Mario respira el oxígeno de una realidad conocida. De obra breve, escribió poesías y cuentos impregnados de la vida folklórica de su ciudad, Masaya, donde nació y respiró, desde la distancia social que otorga el privilegio de la sangre, el ambiente indígena de Monimbó. Fue el primero en trazar la caricatura de Masaya, con su folklore, su marimba y sus procesiones, y detrás el rancho de palma y la danza del indio.
            Mario es la voz de un gigante solitario entre la vocinglería de la época, muy próximo a tres contemporáneos incómodos, Mejía Sánchez, Martínez Rivas y Cardenal, que le hicieron sombra a sus innovaciones, en materia lingüística y temática. Cultuvó el arte de índole indigena y popular. Por eso se apartó de la estética cosmopolita de esos tres grandes poetas, refugiándose en su carácter crítico y criticón, en una sociedad deshumanizada por el poder y el dinero.
            Este Poe-Mario, de título sencillo, pero no simple, juego de palabras aprendido en las aulas del Centroamérica, resulta sorprendente por su desnudez. Es fruto del esfuerzo de un masaya notable, Jaime Vega Luna, su sobrino y actual Vicepresidente de la Fundación Andrés Vega Bolaños, y el esfuerzo de otro grande de Masaya, Enrique Bolaños Gayer, que fue Presidente de Nicaragua, quienes son responsables de esta magnífica edición, con tapa dura, bellamente ilustrada y editada en colaboración con el Banco Central de Nicaragua.
            Poe-Mario es un libro que se hace imprescindible para hacer un recorrido de cuerpo presente a través del poeta. En un poco más de 300 páginas, en formato grande, figuran páginas desconocidas o descarriadas de sus libros, todos ellos dispersos. Hoy, por fin, al menos en Masaya, podrán conocer de cerca las caras de este gran poeta polifacético. Su dimensión humana, con sus burlas y parodias de quien sabe que la vida es sueño. Yo lo vi por primera vez en casa de su hermano, Noel Sánchez, cuando Noel se echaba tragos. Mario había llegado al cumpleaños de María Eugenia. Yo tenía trece años y por primera vez percibí el olor a alcohol que expiraba su cuerpo. Admiré su figura de blanco con el vaso de güisqui en la mano, agitando los trozos de hielo. Pensé, para mis adentros, que un día olería a él.
            En verdad, una de mis primeras lecturas fueron sus poemas en la Biblioteca Municipal de Masaya que existió frente al parque central. Sus poemas, impresos en libros muy pequeños, pronto me identificaron con mis antepasados de Monimbó. Lo conocí pocos años antes de su muerte heroica, pero yo llevaba mucho de él. Al menos, su espíritu disidente. Hoy, cuando lo leo, lo siento cercano. Es sincero. Combatió la hipocresía de nuestra sociedad y el casiquismo, los dos quistes del hispanismo. Su lectura me abrió el horizonte de mi sangre. Y aunque él no lo sintió, simuló comprender la lucha y laboriosidad del indio.
            Todo lo recopilado, en doce secciones, reúne la poesía escrita por el poeta, la recopilada y la dispersa, en un trabajo encomiable por rescatar y reunir su obra poética en un volumen. La excepción son dos textos en prosa, El hijo (1973) y Prosario (1959-1990), que son cuentos breves. Aquí figuran los siguientes poemarios: El hombre feliz (1949-1951); Caballos para un capitán muerto (1953); Tribu (1954-1983), su libro más conocido; Rodelas (1982-1991); San Jerónimo ex voto (1982); Fe de erratas (1969-1974); Minigramas (1971-1992), y Tres códices y una estela (1959-1995). A estos libros se agraga un apartado final, el apartado doce, “traducciones / tradiciones”, una breve muestra que traduce dos poemas de Paul Eluard, uno de Ferlinghetti, uno de Mirabeau Bonaparte Lamar, uno de Elman, dos de Kavafir y uno de Edgard Lee Master. El libro termina con una carta firmada y fechada en Masaya, el 20 de mayo de 1992, que es una proclama de su independencia cultural y rechazo al frente sandinista, como antes lo hizo contra la dictura liberal encarnada por la familia Somoza. No puede negar su filiación conservadora.

lunes, 18 de agosto de 2014

Rubén

Sanlúcar de Barrameda





Prosa poética

Rubén




Ricardo Llopesa


El camino es largo. Para travesía tan lejana he calzado botas. Al salir de El Toboso pregunté a un anciano la dirección a seguir. Con el dedo índice me indicó el sur, sin decir nada.
            Al llegar a Sanlúcar de Barrameda paré en un manantial a beber su agua cristalina. Una mujer joven, casi adolescente, llenaba su cántaro y le pregunté:
            ¿Voy bien por este camino a Palos de la Frontera?
            ―Sí, señor ―respondió ella―. Va usted en buena dirección.
            Al llegar la noche hubo una tormenta y tuve que resguardarme bajo la sombra de un árbol. A la mañana siguiente seguí la marcha bajo el sol.
            Después de mucho andar, pregunté a una niña, con un racimo de uvas negras en la mano.
            ―Sí, señor ―respondió la niña. Ella extendió su mano en señal de ofrecimiento y yo tuve que decirle que no comía uvas negras.
            En Puerto de Palos, tras muchas vicisitudes, por fin tomé el barco. El viaje fue largo, pero llegué. En una de sus calles pregunté a un ciego:
            ―Oiga, usted, ¿es esta la ciudad de León?
            ―Sí, señor. ¿Se puede saber a quién busca usted?
            ―A Rubén Darío, el poeta.
            ―Señor, Rubén Darío murió hace cien años.
            ―¡Qué rápido pasa el tiempo! ―murmuró el hombre.
            ―Señor, ¿se puede saber de dónde viene usted que lo veo sucio y con barba?
            ―Señor, vengo de España.
            ―¿Y se puede saber cómo se llama usted?
            ―Miguel de Cervantes Saavedra.
            ―¡No me lo puedo creer! ¿El autor que dio vida a Don Quijote y su escudero Sancho?
            ―Sí, señor. Los escritores no morimos.


Pozo Lorente, 27 de julio de 2014

martes, 12 de agosto de 2014

MI MADRE


Madre del poeta Ricardo Llopesa




Crónica desde España



MI MADRE



Ricardo Llopesa


Mi abuelo, la primera persona por quien tuve verdadera admiración, era un indio que compró un solar de escombros en el corazón de mi ciudad. Mandó a construir una casa enorme, que parecía una fortaleza, envidiada por los blancos. Era una espina en el pétalo de un lirio. Se casó con una india bonita de Monimbó, de donde nació mi madre y mi tía.
            Para un indio como yo, acostumbrados por siglos a la incultura, bien podría haber sido sastre o lustrador, que también son trabajos muy dignos. Ahora, mi madre a regresado a Monimbó, al seno de sus antepasados. Es el lugar que eligió la iglesia para marginar el camposanto. A ella debo el sacrificio de educarme para que no fuese un indio bruto, como solía repetirme.
            El primer día que fui a la escuela se me salió el indio, acostumbrado al analfabetismo de siglos, y salí corriendo. Pero ella, siempre valiente, me devolvió a punta de coyunda. Yo tenía cuatro años y era la primera lección magistral que recibía. Lecciones recibí muchas, porque fui rebelde. Su mayor felicidad fue cuando me colocó el anillo de bachiller con el escudo del Instituto Nacional de Masaya. Era feliz porque yo era uno de los 17 bachilleres en una ciudad con 40 mil habitantes.
            A los 17 años me mandó a España, porque quería que me ganase la vida, cómodamente, colocando en la puerta de casa una placa de doctor, que es como coronar el éxito de los pobres. Yo le escribí una carta desde París diciéndole que quería ser escritor. Quizá nunca creyó en mí, porque nunca ningún indio de Monimbó había destacado en el extranjero. Una vez me dijo un nica, en una calle de Madrid, que estaba loco, que en Nicaragua sólo tenían educación los hijos de los ricos.
            Pero mi madre me había enseñado el lado oscuro de la voluntad y la constancia. Fue su gran lección. De ella aprendí que la vida debe de vivirse con intensidad, sin parar en el estudio, como decía mi abuelo, que era un anciano sabio.
            Hoy mi madre ha muerto, mientras yo estoy lejos, entre grandes montañas. Viajaba de la aridez de Caudete de las Fuentes a las altas cumbres de Bicor, a medianoche, mientras ella expiraba por última vez. Bicor está de fiesta, pero mi corazón está triste. Cuando alguien querido muere, muere algo de nosotros mismos. Nos falta algo, sobre todo el amor de una madre. Pero en mí, en lugar de morir, algo renace con más furza, es la herencia de mi sangre, la sangre que ella me dio, y siempre diré que escribo la lengua que recibí de ella.
            Una madre nunca muere. Es flor, es retoño verde inmortal. El golpe es duro. Es un impacto, porque la presencia desaparece. Yo soy su continuidad, su herencia, su voz, y mi palabra hablará por su boca para denunciar las injusticia de nuestra raza.
            Todavía me queda la ternura de mi otra madre, que es mi tía, hasta el día que nuestra sangre se vuelva a juntar en eso que llaman muerte, pero que en realidad es vida, porque forma parte de una historia.


domingo, 10 de agosto de 2014

YVÁN SILÉN Y EL ACTO POÉTICO

Yván Silén




ARTÍCULO
  
YVÁN SILÉN Y EL ACTO POÉTICO

Por Raúl Guadalupe de Jesús

“El “postmodernismo” es ya el fósil cultural de la demokracia capitalista que está en decadencia”. Yván Silén

Yván Silén autor de, una de las maravillas de la poesía puertorriqueña, Los poemas de Filí Melé nos entrega a los lectores un nuevo ensayo en donde se pasa balance de la situación actual de la producción poética y literaria en la colonia.  Y es claro que al desarrollar un juicio sobre la literatura más reciente es inevitable, por que le es intrínseco, un análisis de la cultura y los intelectuales.
El acto poético para Silén tiene una dimensión ética, por ello la poesía piensa.  La ética se convierte en deber noseológico/epistemológico (Mijail Bajtin y Luis Llorens Torres). No somos un apagado eco de los poderes imperiales y sus centros universitarios (Lezama Lima).  Ser o asumir la repetición anticreativa de los poderes imperiales es aceptar la colonia, es renunciar al principal derecho democrático de los pueblos colonizados, la lucha por la independencia (Lenin).
El autor considera al ensayo como una criatura de la poesía, por ello su texto La poesía piensa o la alegoría del nihilismo, publicado por Editorial Tiempo Nuevo y Publicaciones Gaviota en el año 2010,  contiene un acento poético que como caballo de Troya tomará por asalto  el argumento de fondo de la  más reciente  literatura.  Digamos de un fragmento de la producción literaria, el más celebrado por los circuitos académicos coloniales.  Silén se detiene en un lugar común de esa poesía y esa narrativa celebrada, la insistencia en negarse, en el noser, el asumir el proyecto de la cultura capitalista de la no existencia de fronteras culturales ni nacionales, mientras se construyen murallas en la frontera y los oligopolios, tan celebrados por Carlos Pabón y cía, siguen destruyendo nuestro archipiélago.  Silén les recuerda que la palabra poética, no la prosificación del verso, es radicalmente anticapitalista.  El mundo de las mercancías no puede capturarla quienes se dejan capturar son los poetas que escriben contra sí mismos, los poetas que piensan que la palabra poética solo vive en sus libros.  El nihilismo los lleva a la más espantosa colaboración con los invasores.  
Nos dice Silén: “Que la resistencia ( los sueños como los poemas del inconsciente) está aquí  como la poesía que piensa.  El interior mismo de la nación resiste la prostitución de la capital y ese intento fallido del “Festival de la palabra  anexionista” de los que callan, de los colaboracionistas, de los nihilistas hacia el suicidio colectivo.” (30)
Al comerse el texto imperialista de la globalización comenzaron a ser payasos de la corte del imperio. Ahora bien, ellos, los que Silén señala son responsables por lo que asumen.  La neutralidad no existe, cuando se es neutral en una colonia es porque se tiene simpatías con la colonia.  Sin embargo, la responsabilidad por la nación no es solo individual es colectiva. Silén cumple con su responsabilidad al señalar lo que es debido.
El plan de la entrega comenzó en la Universidad de Puerto Rico.  Recordemos que esta institución fue creada por los invasores en 1903 y desde entonces, como todas las instituciones de la colonia, responden al imperio. Sin negar que en momentos del seno de la UPR se han gestado movimientos y acciones en defensa de la nación.  Cuando ello ha ocurrido es porque en el país la voluntad por la república ha tomado fuerza.  Desde los años ochenta la izquierda política se ha aburguesado profundamente vertiéndose en un neomuñocismo que ha querido mantenerse en el juego colonial con el proyecto posmoderno (Xerox).  Si profesores coloniales establecen que enseñar historia de la nación no debe ser fundamental, si otros profesores coloniales se atreven enseñarles a sus estudiantes que no es necesario estudiar la obra de Alejandro Tapia y Rivera, de Abelardo Díaz Alfaro, de Juan Antonio Corretjer, etc, qué podemos esperar de los nuevos escritores que son capaces de establecer públicamente que La víspera del hombre fue escrita por Manuel Zeno Gandía.
Silén no deja espacio para la equivocación.  En su ensayo-poesófico sabe que la responsabilidad es histórica. Por ello me comenta que su texto ha sido censurado por el independentismo burgués.  La censura también toma la forma del silencio.  El discurso poético de los escritores reseñados por el autor quiere vestirse de neovanguardia, sin embargo el proyecto no persigue proponer una ruptura, una nueva propuesta estética, sino navegar en el kitch superficial, en esconder el vacío con el performance, los más atrevidos en ser portavoces culturales de la actual administración colonial.  En ese sentido, concuerdo con el poeta Félix Córdova Iturregui al decir que el texto de Silén “… es un llamado al debate, tanto exterior como interior, un alerta a la conciencia, un llamado a la inconformidad creativa.”  

miércoles, 6 de agosto de 2014

LA YESA

iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles




Crónica desde España




LA YESA




RICARDO LLOPESA


                                                                                                          A Amor Gamir Jordán


Estoy sentado en la terraza del Bar Plaza. Al frente tengo el Ayuntamiento. En el balcón ondea la bandera valenciana, junto a la bandera española. En la esquina de la derecha unos carteles que terminan en forma de flecha señalan dos direcciones opuestas: “Villar del Arzobispo 31” y “Titaguas 14”. Quiere esto decir que los poblados no están muy lejos. Frente a ellos, otro rótulo anuncia: “Arcos de las Salinas 21”.
         A mi espalda tengo la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, vieja, de piedra macisa y con cinco escalones grandes. Quiere decir que las lluvias del pueblo son torrenciales y la corriente inunda las calles. Está abierta. El interior es sobrio. Tiene una sola nava central, rodeada de altares, a derecha e izquierda. Al fondo, se encuentra el altar mayor, rodeado de seis columnas que soportan la cúpula. Una especie de cielo majestuoso, rematado con una cruz de oro y un santo que parece San Cristóbal.
         Los arcos y el conjunto, de formas triangulares y líneas rectas, hacen pensar que se trata de una iglesia neoclásica, del siglo XVII. Su púlpito decorado con pinturas me recuerda los tiempos cuando el sacerdote subía a dictar las normas de conduca del pueblo. Hoy la iglesia está vacía. No falta mucho para que se llene a oír la misa. Estoy sentado en el último escaño desde donde contemplo la soledad. En este momento, las campanas dan las doce campanadas. El eco se expande por encima del tejado de las casas. Es un sonido triste que resplandece en el color apagado en las pinturas del templo. Su interior es mustio. Es una flor que pareciera marchita por el tiempo.
         Bandadas de golondrinas llenan el cielo azul. Un muchacho que corretea por la calle me acaba de decir que las golondrinas han llegado hoy, porque ayer no había ninguna. Mientras vuelan, cantan. El cielo se llena de armonía de voces. Percibo su alegría. Aquí, en La Yesa, el clima es bueno. Sopla un viento agradable que viene de la montaña. Aunque montaña hay por todas partes. El pueblo está metido entre montañas. El verdor lo cubre todo. Aquí todo es verde. Por lo visto, los árboles nacen solos. Sólo en la plaza no hay árboles, porque la plaza es apenas un rincón del atrio. Hay un árbol joven, todavía adolescente, que bo llega a árbol. Me ha corregido Amor. Una muchacha delicada y bella que tiene el privilegio de llamarse Amor. Una diosa en La Yesa. Pienso en Diana, reina de los montes y veo a Amor caminando de la mano de Cupido, con su carcaj de flechas al hombre.

martes, 5 de agosto de 2014

LUZ Y COLOR EN LA PINTURA DE ADELA CASTILLO

Adela Castillo




Crónica desde España



LUZ Y COLOR EN LA PINTURA
DE
ADELA CASTILLO


Ricardo Llopesa*



Adela Castillo, siempre mágica y siempre sorprendente, tanto ella como sus cuadros, presentó lo último de su obra, como en años anteriores, en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Puebla de Don Fadrique, presidido por su alcalde, Mariano García Castillo. La exposición se abrió al público, el pasado primero de agosto de este año, 2014, en un acto solemne, donde hubo de todo, vino de honor y brindis. La pintora lucía bella, llena del esplendor que da a sus telas. Volvía a su pueblo, donde nació, repleta de la sensibilidad de sus cuadros. Su obra es poesía, son líneas de escritura salidas de su alma, a través de calles, rincones, callejones en silencio que transmiten paz.
            Vive en Granada, la ciudad del arte. Ha traído consigo unos bodegones modernos, que nada tienen que ver con aquellos surgidos de la fruta sobre la mesa. Los suyos rompen los moldes clásicos, son copas vacía, vidrios transparentes, que hacen contraste con objetos afines, como libros, velas, cubiertos, cuyo trasfondo atraviesa el cristal, hasta más allá o lo que hay detrás, produciendo una exquisita sensibilidad en el tacto de las cosas.
            Adela es pintora de sensibilidad. El público quedó fascinado con un cuadro de donde brota un chorro de agua, que parece real. Su pintura es realista, así la define la artista. En aquel salón, donde el diálogo y la conversación invadían el ambiente, estaba contenido el corazón de Puebla de Don Fadrique, con su tejas, sus jardines, sus casas y la vida que encierra, apenas sugerida en los cuadros.
            El pueblo es dinámico, cordial, un pueblo en movimiento, su gente es laboriosa y muy, muy simpática. En el bar comí unas papas que eran manjar, porque la tierra de Puebla de Don Fadrique es suelo de la vega granadina. En octubre celebran la Feria del Cordero Segureño, otro de los manjares de la tierra y, según el alcalde, el año pasado el pueblo devoró 36 corderos en hora y media. Todo un record del buen paladar.
            Esa es la tierra que preside la elegancia de una pintura del realismo español, que vive en Granada, donde tiene su taller y pinta el paisaje de la Alhambra, el Generalife, el barrio gitano del Sacromonte, la luz y el color de la ciudad encantada, que ella representa envuelta en la magia de los colores. Su última exposición, con este lujo de realismo andaluz, fue comprada al completo por un marchante extranjero. Sin lugar a dudas, la obra de Adela puede cotizarse en el futuro a precio de oro.
            Como la Minerva de Fideas, tallada en oro macizo, Adela Castillo es la mejor exponente de la pintora en la historia de Puebla de Don Fadrique. Su pintura, expresiva y llena de ternura, arranca de la realidad, de su propia naturaleza y gira en torno de su sensibilidad; pero es su sexto sentido, el ojo mágico de la emoción, quien la transforma en lienzo.
            Si de alguna manera hay que definirla sería conveniente dicir que Adela Castillo es una gran artista de la pintura española.


*     de la Academia Nicaragüense de la Lengua