En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



martes, 16 de noviembre de 2010

DOS POEMAS DE MILAGROS TERÁN

Milagros Terán, Nicaragua




LA NOCHE ROJA


Una vez más con los miedos a cuestas
la sombra de mi sombra me envuelve
en esta noche roja en que no duermo.
Los acontecimientos reflejan los colores
de este día que muere.
El mar gris balancea la silenciosa góndola
donde la mente verde no cesa de pensar.
El túnel amarillo a la locura
aguarda al pie de la montaña
de tu pecho,
allí donde no pienso,
allí donde no existe luz ni tiempo
solo la eternal rebeldía dominada
entre tus brazos fuertes de animal pensante
que mueven el compás de mi torso
elástico y perfecto hasta estallar.

Esta noche en que no puedo dormir
observo tu rostro plácido,
envidio tu paz.
Guardo tu sabia cabeza en la memoria
en este instante de miedos eternos.


(Plaza de los Comunes, 2001)




TE DI MI CUERPO


Te di mi cuerpo

mis piernas de cristal lozano
paseándose por tus aposentos.

Te di mi cuerpo
solamente mi cuerpo;

el haz de luz del goce
los ojos de la perdición
la boca campana nerviosa
de los besos.

Mi cuerpo solamente.

(Las Luces en la Sien, 1993)

lunes, 15 de noviembre de 2010

DOS POEMAS DE PILAR IGLESIAS DE LA TORRE


Pilar Iglesias de la Torre






De "ETERNO YACIMIENTO"
Ed. Torremozas, 2002

LA IRA CONTRA EL TIEMPO
La ira contra el tiempo
que recoge los momentos en estuches amarrados
colgándoles de argollas de nivel inaccesible,
suena persistente, recorriendo, con sus tacones prietos,
el pasillo embaldosado de mi cueva solitaria.

Sin saber,
el viento, repiquetea los cristales
llevándose en su vientre
las gotas transparentes que, de mi voz,
cayeron
en un labio adjetivo de tí, y sin saber,
la quietud espesa llena de lomos oprimidos
las cajas de polvo que olvidaron
la estructura de su nombre.

Entrelazándose,
el miedo y el silencio, muerden,
con sus bocas escarlata,
las yugulares tensas por la rabia contenida. Mientras,
en los rincones que las caderas de piedra dibujan,
ocultándose,
las arañas vengadoras recubren, con su tela cenicienta,
harapos rotos de paciencia,
eclipsándose luego, salvajes, en espera de su presa.

¡Te maldigo a ti, a ti,
araña del tiempo,
y pienso destruirte a nada que dejes libre
uno solo de los tendones de mis dedos!
¡Te maldigo, una y mil veces,
te maldigo, te maldigo como se maldice a los demonios,
con los dientes apretados y las uñas clavadas en la carne!

De "PRIMERA PLANA"
2005
NO SOY NEUTRAL
No soy neutral, no puedo serlo.
En mi boca asoma densa la memoria.
Alambradas y dibujos
en el tablero de ajedrez que se dan los poderosos.
Mapa mundi nuevo y otra vez aprender geografía.
Visto bueno incluso por la ONU en el reverso,
y algún muerto para discutir sobre la mesa.

Los objetos ajenos por supuesto
arrastrando paso a paso
esas llagas del bolsillo, esas heridas,
unas cuantas miradas al paisaje.....
Ralamente algún hierbajo
de aquel monocultivo de MONSANTO
que por fin llegó embarcado
de aquel cero coma por ciento estipulado,
al cierre de la conferencia enésima de FAO
sobre ayuda al tercer mundo y los transgénicos.

(Ocurrió a la hora del descanso
bocadillo y un café con sacarina).

Contigua a esa oficina,
mangas de camisa y el reloj digital en la pantalla
con los husos horarios del planeta.
¿Y esta vez dónde enviamos
ese arsenal obsoleto que nos queda?
Ayer bajaron las acciones
de aquellos misiles TOMAHAWS.
Si el stock no se renueva,
mañana habrá otro en esta silla.

Cruce de mensajes en los fax, e-mails urgentes
reptando esa matriz inmensa, matemática y precisa
que pliega meridianos y paredes, encendiendo sólo la luz
de los lugares estratégicos.

No soy neutral..........no puedo serlo
cuando los helicópteros APACHE
sobrevuelan por la noche
aquel eje del mal
con alguna misión de paz o humanitaria

vaya a saber
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lunes, 8 de noviembre de 2010

LEER O RELEER LA HOJA ROJA DE DELIBES

Miguel Delibes, España





LEER O RELEER LA HOJA ROJA DE DELIBES



Por Ricardo Llopesa



La década de los años cincuenta, que tanta satisfacción trajo a las letras de España y Latinoamérica, dio a luz dos grandes novelas. Fueron escritas en puntos geográficamente distantes, separados por miles de kilómetros, pero ambas tenían en común haber utilizado el más puro lenguaje coloquial. La primera, apareció en México, en 1955, bajo la rúbrica de Juan Rulfo, titulada Pédro Páramo y, la segunda, en España, cuatro años después, en 1959, titulada La hoja roja, de Miguel Delibes.
Ambas obras tienen el mérito de reflejar la cruda realidad del pueblo, desde su cultura y lenguaje, dejando para el futuro un legado documental que pertenece a una época concreta. No como documento sino como obra de arte. Estos escritores, al mismo tiempo, procedían de tierras duras y austeras, y así lo refleja el rigor técnico y léxico de sus novelas. Rulfo, de la aridez de Jalisco y Delibes, de la austeridad de Castilla la vieja.
Mientras Pedro Páramo logró difusión universal con la aparición del boom latinoamericano; La hoja roja, por el contrario, no tuvo la misma suerte. Es más, la obra de Delibes, aún por sus propios compatriotas sigue siendo una obra olvidada y desconocida. Su mundo queda reducido a un reducto de lectores, sin hacer honor al grandísimo mérito de la novela. Buena parte de este problema lo tiene la crítica literaria profesional, en manos de grandes empresas empeñadas en vender la producción del día a día, sin importarle para nada la literatura. Otra, los sistemas educativos en manos todavía de una cultura vieja anclada en la filosofía del 98. Otro prejuicio, muy español, consiste en ocultar la personalidad de la trama, principalmente de la novela, por aquella idea equivocada de que si el lector conoce el desenlace o, mejor dicho, el hilo conductor y el final, el lector no compra la novela. Nada más absurdo.
Pero aún hay un prejuicio más serio, que es el concepto que tenemos del realismo o la literatura que refleja la realidad de la vida, en un lugar concreto, su estilo y forma de vivir. Es decir, aquella literatura que por no pertenecer a la imaginación entra a formar parte del deshecho artístico. Una buena dosis de verdad hay en todo esto si echamos una mirada al pasado. Pero también no es menos cierto que la literatura se edifica sobre la base del estilo. Sin estilo, no hay obra y es el estilo quien define la calidad de la obra literaria.
Es más, si la obra literaria entra por la puerta del realismo y se mete en una zona geográfica, determinada por el habla y las costumbres, y su escenario narrativo es lo que el novelista cuenta, como testigo, entraríamos en la literatura Regionalista. Algo siempre mal visto y rechazado en España, porque esa mirada nos parece la literatura de la miseria y el tercermundismo de los escritores latinoamericanos del gauchismo y anteriores al boom.
Dentro de este grupo de novelas regionalistas sitúo la obra de Rulfo y La hoja roja de Delibes, porque la novela es un valioso documento lingüístico de la vieja Castilla, donde Delibes describe con prosa magistral la dura realidad de la vida, de una comarca concreta, que no se nombra, pero por todas las trazas nos sitúa en la tierra austera del Valladolid del autor.
Cuando llegué a España, hace más de cuatro décadas, pregunté a un librero que leía detrás del mostrador la tercera página del ABC, quién era el mejor novelista español. Su respuesta fue precisa: José María Pemán. Desconcertado por el nombre pregunté intrigado por el nombre del mejor poeta y la respuesta fue también inmediata: José María Pemán.
En Granada asistía a las actividades literarias que en la delegación de Cultura Hispánica realizaba José García Ladrón de Guevara. Fue ahí donde conocí a Pablo del Águila, un joven que estudiaba Filosofía y Letras, fumaba Bisonte y bebía vino dorado de la Alpujarra. Era admirador de Lorca y la persona que me descubrió la prosa limpia y pura de Delibes.
En mi encuentro con Castilla me llamó la atención el uso del laísmo, que encontré en La hoja roja. Un libro anodino, como la vida provinciana de entonces, aburrida hasta la desesperación, donde la gente vestía de negro y destacaba la diferencia entre pequeños burgueses y pobres, analfabetos y marginados, a quienes se les llamaba, despectivamente, paletos. Eran los pobres. Una extensa capa social que se postraba ante la señora y el soñorito ocupando puestos de servicio, con las tardes del jueves y el domingo libres. Eran las chachas, acechadas por los jóvenes que cumplían el servicio militar, muchachas que llegaban a las capitales de provincia, procedente de pueblos humildes y polvorientos.
Es el tema que Miguel Delibes desarrolla en La hoja roja. Esta tesis de nuevo realismo inquietó a muchos, en un momento del franquismo en que los franceses incursionaban por los predios del experimentalismo. Pero España no estaba para esos artificios. Habría supuesto una huída de la problemática social y política. Delibes como Rulfo, en México, emprendió el camino del estilo. Un estilo magistral para contar la historia desolada de un pueblo que podría ser todos los pueblos de España. Ese es uno de sus grandes méritos. Ofrecer un retrato de aquella España sometida al miedo, la opresión y la ignorancia.
El tema central de novela es la soledad. El vacío en que viven los personajes, la incertidumbre y el miedo. Los únicos personajes felices son aquellos que no son descritos. Los personajes de la novela son todo el pueblo o esa multitud anónima que rodea la vida de un personaje. Esas referencias hacen que el lector se identifique con el tejido humano de la población.
Desde esta perspectiva hay que leer o releer La hoja roja. Título desafortunado para muchos por la aliteración, en favor de la sinfonía vocálica que oculta el contenido del texto. Un contenido de superstición, mágico y lleno de intriga, pues el personaje de la novela, Don Eloy, al sacar el papel de fumar le sale la hoja roja, que servía para anunciar que sólo quedan cinco. Pero él interpreta como que la vida se acaba y la hoja roja es una señal de advertencia que le anuncia que le queda muy poco después de los setenta.
La novela se divide en veintidós capítulos que narran una etapa en la vida de Don Eloy y su sirvienta la Desi, a quienes el narrador llama “el viejo” y “la muchacha”. Ambos personajes, el señorito, como ella le dice y la muchacha, definen el comportamiento de la sociedad de los años 50-60, que son los que marcan la diferencia entre ricos y pobres. Esa clase emergente, burócrata y en alza, que constituyó la burguesía acomodada.
La novela transcurre en una ciudad de provincia, que Delibes ni ubica ni describe calles, edificios o interiores. Es una novela donde sólo se da la vida humana. Los detalles ayudan a que el lector dibuje mentalmente el cuadro descrito, a través de la profesión de los personajes de la ciudad, donde hace referencia al Ayuntamiento, la ferretería, la relojería, la Sociedad Fotográfica o la tienda de catres. Por la otra parte, recrea un ambiente distinto, que es el pueblo de la Desi, lleno de “un enrarecido silencio” (cap. VIII), donde los hombres son rudos y las mujeres bastas, sin más porvenir que el de buscarse la vida en la ciudad, adonde las mujeres emigran para trabajar de sirvientas por poco dinero. Es la manera de cómo el burócrata, asignado a dedo por el franquismo, se siente importante y superior a sus inferiores.
La novela empieza el día en que Don Eloy, tras una vida apagada, recibe la jubilación a la edad de setenta años, por parte de la corporación municipal y sus amigos. Asiste a la cena en compañía de su mujer, Lucita, quien no vuelve a aparecer en la novela. Es una mujer que hace gala de su nombre, le gusta lucir las apariencias, reniega del marido y lo culpa de todo, precisamente porque no lo quiere. Fruto del matrimonio son dos hijos, Leoncito y Goyito. Leoncito, el mayor, disfruta de muy buena posición social. Vive en Madrid, que es la única ciudad que se nombra en la novela. Leoncito ejerce la carrera de Notario. Razón por la cual, el matrimonio siente orgullo. No ocurre los mismo con Goyito, el hijo muerto a los veintidós años, que había sido pésimo estudiante. Este ejemplo ilustra su comportamiento: de 40 alumnos ocupaba el puesto 38.
El matrimonio siempre recordó la anécdota del jamón que compraron con sacrificio para alimentar bien a Leoncito, cuando estudiaba para las oposiciones de Notario y, a escondidas, llegaba Goyito y se lo comía. “Lucita, su mujer, nunca debió casarse con él (con Don Eloy); debió hacerlo con un hombre un poco más decorativo” (cap. I), dice Delibes. Pero Don Eloy, hombre resignado, la soportó durante 36 años.
Esa noche le tocó a Don Eloy hablar en público, algo que le disgustaba porque se ponía nervioso. La norma en la vida diaria y la prohibición de reunirse más de tres personas impedía la libertad de hablar y más en público. El Alcalde, que se observa impaciente en un acto rutinario, le impone la medalla al mérito con la misma retórica oficial de otras veces: “El señor ministro ha considerado que su abnegación durante cincuenta y tres años ininterrumpidos de servicio le hace acreedor de esta distinción que yo le impongo en su nombre” (cap. I).
El viejo Eloy se siente nervioso como todo burócrata acostumbrado a la obediencia. Delibes lo define como una persona de ciudad. A lo largo de toda la novela saca constantemente el pañuelo para limpiarse la humedad de la nariz. En aquellos años, el pañuelo forma parte de la distinción. El pañuelo lo usan doblado, formando cuadro, entre los jóvenes, y arrugado entre los viejos. Es uno de los símbolos que definen al viejo Eloy.
La Desi, la muchacha, es el otro personaje central de la novela. Es lo contrario a Lucita. Ella representa el lado opuesto de la vanidad, incluso de Don Eloy, y Delibes la caracteriza con una fuerte carcajada, seguida de un golpe de mano sobre el muslo. Gesto realmente significativo que marcó la incultura de la época. La Desi representa la dignidad. Es analfabeta, ignora el mundo de la ciudad y la maldad. No es una utopía. Encarna a la mujer ruda y luchadora. Es “la Desi”, precedida de artículo, según los criterios del habla popular. En casa de Don Eloy, la Desi se siente a gusto. Gana poco, pero está a gusto con el viejo. Para Delibes, “ella tenía conciencia de su libertad y la valoraba”.
Detrás de la novela hay un trasfondo de libertad que Delibes envía telegráficamente. Es la protesta interior y la inquietud de lanzar un grito de libertad en el seno de una sociedad sometida al silencio. Doy Eloy le enseña a leer a la Desi, pero en lugar de hacerlo con un libro, utiliza la primera plana del periódico. Lo consigue después de un año y las frases que ella deletrea, son siempre las mismas, sílaba a sílaba, y giran en torno a las hazañas de Franco, otro testimonio en favor de la ubicación de la novela y su parodia: “Los nietos del Caudilla pasados por el manto de la virgen del Pilar”, “El caudillo rechaza que España…”, “El Caudillo recibe al rey Simeón” y, finalmente, “Franco condecorado con el collar del Mérito Ecuatoriano”. Una somera perspectiva de estos cuadros deja ver la imagen de una España rebosante de felicidad en los años más difíciles de la postguerra.
Cuando la Desi pregunta a Doy Eloy, qué es la ley, el viejo responde: “Bueno, supongo que la ley es eso que se ha inventado para que los hombres no hagamos nunca lo que nos da la gana”. Esta respuesta reitera la búsqueda de libertad a lo largo de la novela.
La hoja roja, como el resto de novelas de Miguel Delibes, se caracteriza por la sobriedad y precisión de la escritura. Utiliza, a lo largo de la novela, el lenguaje coloquial culto, con la introducción del lenguaje coloquial inculto o de la calle que dominó la época descrita. Aunque la novela no precisa lugar ni fecha, en algunos pasajes Delibes aporta información. Sabemos que el viejo Eloy nació en 1885. Lo que quiere decir que a la fecha de su jubilación corría el año 1955. Momento de ubicación de la novela.
Delibes utiliza, a manera de leitmotiv, la técnica de la repetición. Bien para que el lector pueda recordar lo dicho antes por el narrador o bien como recurso reiterativo o, mejor dicho, como recurso que enriquece el discurso a la manera que lo hace Cortázar. Recuérdese que para entonces, época de puritanismo gramatical, la heterodoxia padecía la censura. En este punto la novela demuestra el lado controvertido de antítesis con la realidad. Tanto la aliteración del título como la reiteración del texto constituían los dos elementos postergados a la marginación, desde el modernismo, pasando por las vanguardias y el postismo. La Hoja roja, sin embargo, deja constancia de su reto al silencio durante los años más duros del franquismo.
Una muestra de este culto a la tradición lo encarna la Desi, quien constantemente se encomienda a la Virgen de la Guía. En cambio, el viejo Eloy es un hombre escéptico que recurre al recuerdo del rey Alfonso XIII, que nació sin padre y tuvieron que ponerle pañales negros, como a Don Eloy, que nació el día en que enterraban a su padre. Esta vida nacida de la tragedia encarna el dolor de un pueblo nacido de la misma tragedia y partido en dos por el resentimiento de la guerra.
Mientras Don Eloy repite que le ha salido la hoja roja, cuando la muerte está más cerca, después de la jubilación, decide viajar a Madrid para disfrutar de la compañía de su hijo Leoncito, de quien se pasa toda la novela esperando carta; al igual que la Desi, quien espera carta de su novio el Picaza. Un personaje de pueblo vulgar, con las piernas torcidas y los pulgares en el cinturón, que su sueño consiste en comprarse un reloj de oro.
Leoncito y el Picaza son dos personajes enigmáticos y egoístas. Leoncito recibe a Don Eloy con indiferencia y el Picaza es indiferente con la Desi, sólo la quiere para que le lave la ropa. Leoncito siente vergüenza de la presencia padre cuando llegan sus amigos y quiere que vuelva al pueblo. El viejo Eloy regresa a la ciudad con el propósito de regalarle sus bienes a la Desi, a quien llama hija. El Picaza, en cambio, va a la cárcel por un asesinato.
Tanto Don Eloy como la Desi alcanzan la libertad liberándose de quienes retienen sus sentimientos. Contrario a todos los pronósticos de su amiga la Marce, que trabaja en el tercero y es del mismo pueblo, para quien la Desi gana una miseria y al viejo le queda poco por vivir, la Desi termina mejor situada que su amiga porque recibe la herencia del viejo. Por su parte, la Marce simboliza la envidia y el egoísmo.
El tejido de la novela es un hilo fino, tan angosto como la construcción de la frase y el léxico utilizado. La trama está edificada sobre la estructura de la palabra, de donde brota la idea. En el camino a Madrid Delibes describe la capital desde los ojos del viejo con estas palabras interiores: “Al verse en Madrid, en las nuevas calles, ante perspectivas no familiares que parecían recién lavadas, el viejo Eloy pensó que aún podía estabilizarse, e incluso volver a empezar”. En cambio, de regreso, mientras viaja en tren, el mismo Madrid recibe un tratamiento superficial: “Las crestas de granito desfilaban vertiginosamente detrás de la ventanilla y el viejo Eloy las contemplaba desde su asiento, con plebeya fascinación” (cap. XXII). Es la frustración del viaje. Es la biografía del propio escritor que renuncia al viaje a la capital frustrante y prefiere el exilio consigo mismo en su Castilla universal.

sábado, 6 de noviembre de 2010

POESÍA ÚLTIMA DE JAIME SILES-POR RICARDO LLOPESA

Jaime Siles, España





POESÍA ÚLTIMA DE JAIME SILES




Por Ricardo Llopesa




En la prolija y larga obra poética de Jaime Siles, además de sus méritos académicos de Catedrático y crítico literario, destaca su constante búsqueda e investigación por los ritmos modernos. Realmente, el panorama español visto desde fuera es desolador. Es como si la poesía permaneciese en el mismo lugar del pasado, inmóvil e inamovible, mientras otros campos del arte, como la danza, el teatro o la música siguen una dinámica de cambio y transformación. Es como si el oído del poeta se hubiese acostumbrado a determinados ritmos y otros distintos le parecieran imperfectos. Pero todo eso es problema de educación. Lo dijo Azorín, en 1907.

Para Jaime Siles la poesía comienza donde aquellos grandes poetas dejaron el ritmo truncado por la muerte. Es el caso de Rubén, Juan Ramón, Huidobro. Esa generación de hombres libres que persiguieron la liberación del verso de las monótonas ataduras con el pasado, verdaderos libertadores del lenguaje, como lo fueron en siglos pasados Boscán y Garcilaso, Góngora y Quevedo, Fray Luis y Santa Teresa. Pero los tiempos cambian y la ciencia evoluciona, al igual que la ciencia del verso.

El difícil verso libre, cuando se somete al más puro rigor, alcanza la magnificencia. Actualmente convive con las formas clásicas, de las cuales Rubén dijo que no estaban destinadas a desaparecer, sino a transformarse, a través de la evolución de los ritmos.

El enfrentamiento entre modernismo y 98, en una época de crisis, trajo más contradicciones que convivencia y los caminos de la poesía se bifurcaron. La modernidad se marchó a Hispanoamérica y la tradición se quedó en España. Los años oscuros de la dictadura del franquismo contribuyeron en este distanciamiento. Pero los poetas jóvenes de los años 70, los llamados novísimos, intentaron aunar esfuerzo y recuperar los ritmos perdidos, con Gimferrer (“Arde el mar”) y Carnero (“Dibujo de la muerte”) a la cabeza. Jaime Siles, siendo muy joven, subió al carro de los cambios. Pero esa generación, tan importante como la del 27, no se lee. Vivimos el oscurantismo, porque los poetas que empiezan vuelven la mirada a poetas que están cien años atrás, como Lorca o Hernández, sin el compromiso de ponerse al día en la producción más actual.

En esta dirección se dirigen los dos libros de Jaime Siles, consciente de la situación del verso español, encallado en ritmos monótonos o laberintos léxicos. “Colección de tapices” (Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes, 2008), Premio Nacional de Poesía “José Hierro”, dividido en cinco partes, incorpora a los temas un tratamiento de lenguaje asumido por la música, como si de una partitura musical se tratase. Pocos libros hay. Los registros cambian de uno a otro poema. La elaboración es paciente y consciente. Y el resultado me trae a la memoria “Poemas del otoño”, de Darío o más recientemente, “Cantos de amor”, de Tünnermann Berheim.

El lector encontrará combinación de rimas nuevas que sorprenden, como es el caso del “Soneto postista”, dedicado al postista Amador Palacios o “Taller de Giacometti”, en metros que se combinan con acentos desplazados; aliteraciones y sinfonías vocálicas; juegos verbales y cabalísticos, lo que proporciona al libro la lozanía y libertad que necesita el verso.

Hay metapoesía en el poema que inicia el libro, dedicado a Ignacio Prat; le sigue un homenaje léxico a Lezama Lima, en su trópico, con una estrofa final en verso alejandrino blanco. Siles remueve los cimientos modernistas en una “Rapsodia en fiebre”, valleinclanesca y lúcida; la elegancia en el poema “El sueño de Delvaux”, a imitación del dístico latino; sorprende “La unidad de la nada”, por el lenguaje telegráfico, propio de la articulación fonética del inglés o poesía bárbara, donde la lógica hay que buscarla en el ritmo, recreación de una carta de Poe; el tono filosófico de “Tapiz marino” o el soplo mágico en el poema final “El colibrí atardece”, por el pálpito del símbolo y el léxico.

Predominan los versos cortos, frágiles y rítmicos o los que juegan con su disolución, dos características a tener presente en la poesía última de Siles, como ocurre en “Metamorfosis” o el ritmo galopante del “Soneto postista”, que es una propuesta para escribir un soneto distinto al impuesto por el imperio de la tradición.

El otro libro de Jaime Siles va encaminado a trabajar la aparente disolución de los ritmos, reservándose para sí la mirada interior que fluye de la quietud. Es la mirada del poeta conceptual, donde Siles asume el pensamiento latino que hay en él como hombre Mediterráneo. El título, “Desnudos y acuarelas” (Madrid, Visor, 2009), evoca las formas sensuales y la luz que contiene su poesía. Un jurado compuesto por Vicente Ruiz Martínez, Justo Reinares, Luis Alberto de Cuenca, Ángel García López, Jesús García Sánchez y Fanny Rubio le otorgó el XXII Premio Tiflos de Poesía.

Temáticamente, el libro se divide en dos partes, “Desnudos”, y “Acuarelas”, claramente diferenciadas. Pero difícilmente diferentes, puesto que ambas están identificadas por la mirada escrutadora y la reflexión constante del poeta, que es, a su vez, donde reside el eje del ritmo en la obra. El discurso es latino. Lo que indica que Siles entra en el meollo de buena parte de nuestra más clásica tradición petrarquista, pero sin dejar de ser él, puesto que el léxico utilizado es violentado y manipulado. Busca en el pasado, tanto como en el presente, la propuesta de futuro que supone ─desde su punto de vista teórico─ la renovación poética española.
Mi lectura personal, objetiva y distante, identifica los heptasílabos de la primera parte, como la unión de dos versos que por su contenido y la cesura se convierten en un solo verso alejandrino. En cambio, los mismos versos en la segunda parte, se leen como lo que son, siguiendo la tradición de la seguidilla, pero articulados por un conjunto de alteraciones que le dan otro tono, otro ritmo más rítmico, algo distinto de lo acostumbrado.

Es la mirada de la modernidad. Recordemos que el mérito de Lorca residió en las alteraciones que aplicó al viejo romance para darle la música nueva que correspondía a su época. Pero los cambios de dirección no pueden ser comprendidos por la crítica que sostiene las ideas del pasado. Necesitan décadas para ser asimilados y admitidos. No quiero poner una piedra sobre el edificio que construye Jaime Siles, sino agregar un granito de arena para que su poesía sea leída y mejor comprendida.